Tuesday, November 14, 2006

JALAPA

Pocos días, muchas anécdotas. Planes pendientes ue empiezan a llevarse a cabo. Ciclos que se cierran y renuevan.
Terminé de leer Danny, el campeón del mundo de Roald Dahl. Mañana es el cumpleaños de mi hermana y tal vez vayamos al cine. Recibo buenas noticias por correo electrónico. Otras noticias simplemente se quedan en espera. Etc.
Lo mejor (se me pcurrió la idea hace un par de semanas) será hacer otro blog, para narrar experiencias de viaje. Regresando al D.F. tengo dos invitaciones a Acapulco, pero aún no quiero pensar en ello. Porque estoy aquí, en Jalapa.

Tuesday, November 07, 2006

NOVIEMBRE

El resto de la semana estuvo llena de alcohol y confesiones. Mañanas mareadas y promesas sexuales. Postales y cartas y fotos y cementerios.
Me quedé sin discman: de pronto se descompsusieron los audífonos y los llevé a arreglar usando la garantía, lo que me obligó a dejarles todo el aparato--y yo que oensaba comprarme unos marca Coby afuera del metro--así que ya me duelen los oídos de tanto silencio. Mis largos trayectos en camión y metro serán aburridos.
Ayer fui a comprar mi boleto de autobús hacia Jalapa. Tiene años que no viajo en autobús, y que no sé nada de Jalapa ni de mis amigos de allá. Estoy emocionado, contento.

Wednesday, November 01, 2006

MIS DOS MUERTOS


Era el turno de mi abuelo. Ya antes había pasado con mi hermana un lejano dos de noviembre, en el que se me ocurrió el argumento para un largometraje (Los Fieles Difuntos). Caminábamos por los bosquecillos silenciosos, colina abajo, mientras yo pensaba en el inicio de La Noche de los Muertos Vivientes. Nos llamó la atención que en las tumbas infantiles algún corazón noble (y dolido, seguramente) había dejado chocolates y dulces, calaveras, calabazas, pequeñas ofrendas y juguetes.
La reacción inicial es de desconsuelo conmovido. La siguiente reacción, más juguetona, es un ligero toque de envidia: quería lo mismo para mi abuelo. Así que la vez que estuve en Amsterdam con mi hermana se me ocurrió, al ver que ella compraba un rehilete en forma de molino, comprar uno igual para adornar el sepulcro.
Viendo mi apretada agenda, decidí que ayer era el momento idóndeo para ir a dejar el regalo. Antes, saliendo de mi casa pasé a un Wal Mart a comprar una calabaza de plástico y unos chocolates.
Fue un largo camino: hasta el metro Politécnico y de ahí un camión que subía mil puentes y rodeaba montañas hostiles en una zona de la ciudad que no me era del todo cómoda. Al fin llegué y para cruzar hasta el panteón casi atropellan a la viejita que yo iba siguiendo: abunda la bestialidad como forma de conducir.
Tardé un poco en encontrar la lápida. Buscaba en el lado equivocado pero me guié por el año de fallecimiento.
--¿En dónde están los del 2004?--pregunté a un señor que regaba el pasto.
--Deben estar del otro lado.
Entonces me ubiqué: llegando en carro era todo al revés, por eso a pie no encontré nada.
Busqué un tal Han Petrshtren o como se escriba, y la tumba de un niño con un rehilte en forma de colibrí, y ahí estaba Juan V. Z. Me dio mucho gusto estar ahí, como cuando no se ha visto a una persona en mucho tiempo. Saludé al aire y pronuncié en voz alta que traía un regalo.
Saqué el rehilete y lo coloqué guiándome según lo disponían en otras tumbas. Me arrancó una sonrisa cuando me alejé para contemplarlo y entonces comenzó a girar. Daba la impresión de que sí le había gustado.
Conclusión: los muertos siempre saludan cuando se les visita, jeje.
Después saqué la calabaza naranja (sí, muy gringo todo el diseño pero al menos traía etiqueta de "Hecho en Mëxico"). Puse alrededor de la calabaza los chocolates, formando un círculo (una cruz de Kisses de Hershey me habría parecido casi profano) y luego eché media bolsa dentro.
Cual fue mi sorpresa cuando, al ver los adornos, el conjunto lucía tristón, vacío.
Me remordió la conciencia cuando recordé que no había querido comprar flores porque las daban my caras (a treinta la media docena, cuando el día anterior, en el otro panteón, la docena me había salido más barata).
--Espera, no tardo--le dije.--Más bien ya me voy. Regreso otro día.
El rehilete dejó de girar. Me regresé colina abajo acalorado, inconforme. Llegué a la salida y vi que la señora seguía en su puesto de flores.
--Qué más da--dije y compré la media docena de crisantemos a treinta pesos.
Otra media hora de escalar colina. Mil veredas y telarañas, árboles roncos, mangueras que escurrían, un poco de The Killing Jar de Siouxsie and the Banshees, muchos dulces y cruces naranjas. Volví a perderme y en el camino me sentí bien.
Reconocí aquella sensación de alegría romántica de cargar un ramo de flores, sabiendo que se lo vas a dar a alguien, envuelto en papel, ligero, honesto.
--Ya regresé--dije con una risita.
Desenvolví el ramo. Puse dos a un extremo, sobre las flores secas, y dos a la derecha (todo lo hago primero hacia la izquierda, porque soy zurdo). Las restantes las amarré y las dejé atravesadas sobre el pasto, esperando que nadie se las llevara y contemplando su belleza.
El rehilete volvió a girar. Le había gustado.
Sonreí satisfecho.
Me despedí con un beso al aire y recuerdos de una voz cascada, adorable, inconfundible e inolvidable. Revisé la agenda: cortarme el cabello, llamar a Rolando, revisar las próximas fiestas, llegar a tiempo con Juan, recordarle a mi mamá que tenía que recogerme, etcétera: octubre había quedado atrás.
Y ésa es la historia de mis dos muertos.
:)

(NOTHING BUT) FLOWERS parte 2

Después del cementerio pasamos a casa de mi abuela. El interior de la casona está siempre frío, así que luego de la asoleada tuve que volver a ponerme la sudadera.
Mandaron al abuelo por los pollos rostizados. No me complació la idea de que siempre alguien haga el mandado solo, así que le dije que lo acampañaba. Aunque el paseo fue corto, lo pasé muy pero muy bien. Sé que a él también le dio gusto que lo acompañara, pues se veía cierta satisfacción en su cara cuando iba al volante, y cuando hacía tan bien su papel de viejo gruñón:
--¡Múévanse estorbos!--gritaba agitando el puño, tocando el claxon, cuando pasamos por una escuela primaria y una horda de niños inocentes caminaba a media calle: los gritos, groserías, carcajadas y abucheos no se hicieron esperar en coro. A ambos pasajeros nos ganó la risa.
Mi tía tenía que volver a Cuernavaca. Al final la convencimos de que se quedara a comer.
Toda la gente que conozco está a dieta, es anoréxica, o tiene hijos anoréxicos. Es de esperar, pues, que todas esas personas intenten engordarme... Disfruté la torta de pollo, eso sí, excedida en mayonesa y carne. En fin, que qué culpa tengo yo de que no estén en paz con sus cuerpos.
Al verlos a todos platicar tan a gusto (menos al abuelo, siempre come encerrado en su estudio...extraño misterio) se me ocurrió, inoportuno e impertinente, tomar una foto al natural. A mi abuela le dio pena salir con la bata de cocina, y creo que mi tía no se acababa de pasar el bocado.
La tía salió corriendo hacia Cuernavaca. Yo decidí quedarme otro rato, ya que no visito muy a menudo a la familia paterna. Tuve que jugar Playstation con los niños, aunque ni me gusta ni me dejaron. Vi algún programa de chismes, me acosté, me senté, caminé, pensé en mil amores, imaginé e hice mi mejor personificación del Fofoy (un tío que está loco por algún problema de drogas; entonces siempre está ausente y todos hacen como que no existe: lo único que hace es reír, decir groserías, fumar y tomar coca; a los niños les da miedo): me agarré una silla en el patio trasero y disfruté la luz y tranquilidad de la tarde mientras bebía agua de limón. En casa de mi abuela tienen un limonero, entonces siempre hay agua de limón.
Después pensé que no quería llegar tarde a mi casa. Mi abuelo se ofreció a llevarme en su carro al metro más cercano. Tenía ganas de tomarle una foto, entonces le hice la propuesta y se bajó del carro y se paró junto a mi abuela. La foto me inspira harta ternura, por cierto.
De vuelta en General Anaya no quedaba ni un rastro de manifestantes. Nunca supe si tomaron la avenida Tlalpan.
En la noche le conté a mi madre la visita especial. Me contó lo siguiente:
--Mira, yo siempre me burlo de los que ven aparecidos en golpes de puerta y crujir de tuberías... Pero ahora que fui a ver a mi papá me pasó algo chistoso. Estábamos frente a frente y de la nada sentí un viento, pero no era cualquier aire, de ese frío que te llena los ojos de tierra. Era...
--Como si te saludara--dijo ella.
--¡Exacto! Sopló el viento y...
--Se empezaron a mover las flores--empezó ella, que tampoco cree en fantasmas.
--No, no se movió nada, solo me hacía como cosquillas por todo el cuerpo. ¿Te ha pasado?
--Sí, a mí me pasó igual. La vez que lo fui a ver se sintió un vientecillo, yo sentí como si me estuviera saludando--sonrió--. Entonces el viento movió las flores y tomé una. Desde entonces la guardo...
Así que eso era la flor seca que tiene en el tocador y que nunca quiso tirar, pensé para mis adentros.