Tuesday, June 16, 2009

Ése es, en su forma más llana, el atardecer. El momento más puro, el momento en el que uno puede mirar el sol directamente, y este manto dorado cubre todo de belleza, aún ese canal donde flotan cadáveres, o esa barda donde la banda de los Aztecas ha dejado su firma.
Una tarde de sábado, en la que corría hacia Bellas Artes, esperando encontrar a un amigo y topándome, en cambio, con un amante renuente. Al final de la noche me regaló una rosa: me senté sobre ella y quedó destrozada.
Palabras flotan sobre la Pagoda.
Vapor sale de las alcantarillas. El frío, fresco, mantiene la cohesión en mi cuerpo.
¿En dónde están, esos rostros que me miran desde las fotografías en blanco y negro? ¿Por qué habrían de estar aquí, en mi ciudad, sus desaparecidos de Sonora y Guerrero, Michoacán y Sinaloa?
Son rostros sin voz. Miran en silencio. El viento los sacude cada que pasa el tren, como las hojas que caen de un árbol. Todo esto es real.
El calendario cambia sus fechas, una vez tras otra. Oficina postal, una carta que nunca llega, mi pecho que suspira por dos amores, luego por tres, un antifaz, una fiesta en un patio que resulta un fracaso, me arrestan por orinar en la calle, luego me dejan ir a cambio de un beso, tropiezo, una máscara de querubín, una mujer muere electrocutada al chocar con un poste y bajar de su auto. Somos una sociedad que mata a sus niños. Bebés, quemados. No hay peor muerte para un infante. Y no crimen más injusto que ser víctima del sistema, y ésta vez la presa era un ser indefenso, sin nociones políticas ni preocupaciones económicas.
¿Cómo te va? ¿De dónde vienes?
Ya me imagino la plática.
Una sociedad que mata a sus niños. Lo quema vivos.
Todos somos responsables. Al permitir a los gobernantes hacer y deshacer. Al tolerar la corrupción, la impunidad. Corte a--
Mujer se estaciona frente a un camión. Corre, grita, grita porque se llevan a su esposo. Una vez, perdido en el horizonte, sobre el chirriar de las llantas, cruel e incesante, ella no tendrá ninguna oportunidad de recuperarlo.
El marido se va.
Otra víctima del sistema.
O no.
Porque ahí viene tu hombre. Un soldado en Baja California, un canalla en la costa del Golfo, aquel otro intocable detrás de su vitrina (sonríeme, sonríeme una vez más), aquel otro que se diluye entre el vapor del agua hirviente.
Así que camino por las calles del centro. Estoy buscando un libro que necesito para la escuela. De pronto, cuando salgo de la librería, me encuentro con que la ciudad ya ha cambiado. Es un panorama completamente distinto.
La gente, enardecida, marcha con pancartas en algo, y ni siquiera me entero de qué es lo que piden: algo se enciende en mí, una alarma, un deseo de salir de allí corriendo.
Al cruzar la calle todo está en orden. En el subsuelo, nadie se percata de la trifulca que se desata sobre sus cabezas.

Túnel. Largo túnel de entrañas de acero, revestidas de cables y luces parpadeantes. Por tus canales se desplazan los trenes, por tus canales la gente se empuja y se enreda.
Qué curioso e inusitado resulta encontrarlo ahí agazapado. Comprando un collar. Los años que han pasado. La primera vez que fumé marihuana él estaba ahí. También se acuerda. Me enseña las secuelas de la vida: tatuajes ocultos, bajo sus pulseras, bajo la playera, en algún pliegue del cuello. La cerveza espumea antes de entrar a mi boca.
Pequeñas criaturas envueltas en papel. Viajan, silenciosas, hacia la luz su destino. La luz los mantiene vivo. Las estrellas viven de noche y mi sueño está sobre la pantalla. Figura de plata, envuelta en dulce, se mueve tan lento. Me morí en 1958.
--¿Cómo te fue en el trabajo?--salgo al jardín y le ayudo a cargar su papeles, cosa que nunca había hecho--. Me alegra que hayas llegado. No toleraría otro segundo estar aquí solo y los vecinos gritando.
Ayer fue... ayer fue algo inusual, ¿sabes? Tuve que dormir con las luces encendidas. Aquello no me ocurría desde que esa mujer desquiciada me agarraba los pies y se subía a mi cama, obligándome a ver su cara desfigurada.
No estaba seguro. Lo mejor era esperarme, quietecito, a que amaneciera, y agradecer que el sol había salido una vez más, que de día no hay nada que temer, aunque llueva.
Como esa mañana gloriosa, que nunca voy a olvidar. Me asomé por la ventana del baño y sólo vi un muro blanco. Pensé que el mundo había desaparecido, se había ido a otra parte. Pero era solo la lluvia.
Los otros días los pasé esperando a que me llamaras.
Incluso lloré. Estaba en la casa, recorriendo pasillos y escaleras. La gente se retorcía. Les preguntaba por ti pero ninguno te conocía. Entonces me puse a llorar porque, tal vez, todo había sido un sueño, después de todo. Porque jaloneaba las rejas de las ventanas y gritaba tu nombre, pero no estabas ahí ni me llamabas, y realmente nunca supe si habías existido.
Por eso lloraba. Después de tropezarme con una litera, después de pedirle dinero al tipo para ir a comprar condones--y él también desapareció, vaya coincidencia--y quedarme dormido sobre un sillón.
Por eso ayer dormí con las luces prendidas.
A veces pienso en qué bonito sería.
Estar ahí sentado, simplemente. Frente a la mesa. La mesa de cristal. A la hora de la comida. La hora en que él llega de hacer ejercicio.
Al verme sonríe. Satisfacción. Soy lo único que le faltaba para sentirse heroico, y yo estoy dispuesto a seguir con el hechizo.
De cristal, como la mesa.
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Puesto de una manera cruda y brutal:
Me robaste, me escupiste, me orinaste, me ahorcaste, me golpeaste, me azotaste contra la pared, desecraste mi cuerpo, me aventaste a la calle. Tal vez por eso me acuerdo de ti.
Te quise obligar a abrir la boca. Te apreté el brazo y empecé a jalonearte:
--No te metas con alguien más fuerte que tú.
Pasé por alto tu advertencia hasta que llegó tu turno de hacerme parar. Me gusta, ese dolor. Fingí que no podía soportarlo, pero quería que me lastimaras, quería sentirte.
--¿Ya ves?--me restregaste, luego de soltarme.
No me viste bajo la sombra. Me sentía satisfecho.
Ahora, tiempo después, me doy cuenta de que sigues siendo más fuerte que yo. Que tu conducta es abusiva. Que tu inconsciencia me hace daño.
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"No creo que me guste esa banda".
Intenta explicarle pero ninguno de los dos tiene tiempo para hablar. Tiene la nueva costumbre de poner fechas de expiración. Quiere evitarse desaires, dolores del corazón.
El otro promete que va a regresar. Pero nadie lo espera. Amor, amor, ya expiró la garantía.
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¿Y quién diría que después de tantos años te ibas a acordar de mí? Yo tengo la mala costumbre de despertarme con tu aliento en mi boca. Tengo la mala costumbre de recordar tu pregunta:
--¿Por qué me miras con ojos de amor?
Pero no eran ojos de amor. Eran ojos de deseo carnal, que tú malinterpretabas. Cada quién ve lo que quiere ver.
--Dime, güero, por qué me ves con ojos de amor.
No era amor... sin embargo, a partir de ese momento pensé que podrían ser ojos de amor.
Empecé a verte con ojos de amor.
Recuerdo, cuando era chico, que caminaba por la playa. Me agachaba frente a las olas, y corría entre carcajadas cuando intentaban alcanzarme. Esta vez no corrí. Me cubrió la marea. La espuma, entre mi boca, acariciando mis labios. El mar me arrullaba, el agua era tibia. Cerré los ojos.
Fuiste el primero que...
Fuiste el primero.
--Eres el primero--te dije. Ya no me mirabas. Éramos varias personas, un equipo entero para satisfacer nuestros perversos placeres.
Intentaste salir conmigo. Vivía una mentira. Te di el número de alguien más. Te dije que era mi dueño, que te arreglaras con él...
Las tardes de los domingos estabas ahí. No imaginé verte, así que la tentación fue grande e irresistible. Cada tarde me paseaba con alguien diferente frente a tus ojos. Afuera platicaba con alguien, en el baño intercambiaba palabras con otro, y al volver a la mesa con mi amigo en vez de tomar una silla me sentaba en las piernas de un chico de Monterrey. Tu sonrisa lo sabía todo. Tu sonrisa recordaba, se acordaba de mí y de mi cara feliz. De mis ojos de "becerro" mis ojos de víctima mi mirada dócil mansa rendida a tus pies
Cual araña, viuda negra, tarántula, alacrán, te fuimos arrinconando sin tejer una red. Tu novia que todo lo observa. Tu novia con su enorme nariz fisgoneando por todas partes. Esa reina ingrata, usurpadora, oportunista, hecha de cartón: una muñeca sin rostro que vistes y desvistes.
--¿Sabes lo que más odio?
--¿Qué, amiga?--me preguntó mi secuaz.
--Que todo esto me pertenece y ella no sabe, no se da cuenta. Todo esto es mío. Y él no se lo dice. No me lo imagino de otra manera.
Por eso hicimos una promesa. Porque supe que nos habías perdonado, después del fuego y las peleas, las amenaza de muerte terrorista, las patadas, los gritos, el enfrentamiento a punta de pistola. Tus matones contra mis hijos. Mis criaturas, mis pequeñas criaturas, contra tus brutos, mis brutos, mis súbditos.
[--Ellos trabajan para mí porque trabajan para él--le dije--. Incluso sé cuál va a ser mi amante, cuando él se demore en llegar a casa por ocuparse de sus negocios. Mi Negrito, ese va a ser mi amante.]
Ya antes, las dos brujas, habían hecho un pacto.
--Prometimos ya no enamorarnos--me informó la vampira.
Me parece erróneo. Todos tenemos derecho a amar y ser amados. Así que dije:
--No renuncio al amor. Renuncio a los amantes idiotas.
Aceptó ayudarme. Para llegar a ti. Para que me des lo que es mío. Tú.
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El niño es mi amigo. Todos los niños son mis amigos: me sonríen en el metro, me persiguen en los restaurantes, me hacen olvidar el aburrimiento en las salas de espera.
Antes jugaba al duro. Me hacía el ogro. Pero basta una invitación a jugar, o que me saquen la lengua, y cedo ante la inocencia. Así que este muchachín se me acerca, junto a las vías del tren. Mi cerebro, con una sobredosis de lectura policiaca, hace que se tensen los puños: podría ser un criminal encubierto: un narcomenudista, un sicario encubierto, un halcón. Y no. Es sólo un niño. Que va a la escuela. Que han mandado solo a la escuela.
Se me acerca porque tiene miedo de cruzar la avenida:
--¿Vas a cruzar la avenida, pequeñín?
Me dice que sí. Entonces le hago señas para que no se mueva, para que esté atento. Cuando considero que el flujo de vehículos es escaso, que los conductores han hecho un breve cese al fuego, pego un salto y grito:
--¡Ahora!
Corremos hacia el camellón. Pensé en agarrarlo de la mano, por si se cae, que fue muy estúpido de mi parte decirle que corriera, que fui irresponsable y que podría haberlo atropellado alguno de esos orangutanes.
En el camellón camino hacia el puente en construcción. Veo que el niño cruza la avenida, que espera un camión. ¿Dónde están sus papás? Me siento... ¿triste? ¿conmovido? ¿preocupado?
Y, frente a mí mismo, me siento... apenado. ¿Qué pasó con ese monstruo rebelde? Mi corazón de hielo es frágil como el cristal. El niño se va lejos, solo, desprotegido.
Por eso lloro cuando leo: ASCIENDEN A 46 LAS VÍCTIMAS FATALES DEL INCENDIO.
Por eso sacudo cabeza y hombros cuando veo en las noticias que la única manera de sacarlos fue estrellando un auto contra la pared para hacer un hoyo. Que el humo era tan denso que sólo tropezando con los cuerpos uno se daba cuenta de que estaban ahí tirados.
Estoy seguro de que con una sola víctima fatal habríamos entendido. Que con sólo un susto, sin muertos, se habría armado gran escándalo por un incendio en una guardería. La realidad, en cambio, nos regresa nuestros errores con saña.
46 muertos.
46 familias afectadas equivales a unos 300 afectados como mínimo.
5 900 muertos por narcotráfico en 2008.
¿Hay que saber matemáticas?
Ese día fatídico (un accidente predecible, prevenible y sin razón de ser, negligente y ahora sí, sigan con sus privatizaciones de TODOS los sectores, empezando por el educativo y terminando con el petrolero) se llevó más vidas que los casos--nunca coincidentes--de influenza.
Se lo debemos a los niños modificar el sistema. La anulación del voto no es una respuesta. Yo no votaré, pero tal candidato sí. Y su familia y sus amigos, sus compadres políticos, sus acarreados del pueblo, sus narcopadrinos, sus empresarios predispuestos a la explotación laboral y la evasión fiscal, esos sí van a VOTAR POR ÉL.
Es siempre paradójico cuando uno sabe qué NO hacer. Uno sabe a quién no apoyar, a quién no dejar crecer, los insaciables bolsillos de quién cerrar de una vez por todas. Aunque parezca un desperdicio, emplear el voto para "negarles"--a "ellos", los malos del cuento--mayoría absoluta.
Los senderos se bifurcan. Dos opciones: el voto que contrarresta y de ahí a una marcha masiva, de otra manera nadie se va a "enterar" de la inconformidad pública.
Y la otra: boicotear las elecciones. Impedirlas. Echarlas abajo.
La segunda sería un sueño hecho realidad. Detener las elecciones y exigir una reforma, un poco, o mucho, de justicia.
De otra manera, seguimos matando niños (ya no por fuego sino por pobreza, hambre, ignorancia, por negligencia y complicidad).
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En este contexto parece frívolo hablar de amor. Hablar de las flores que él me regalaba. De sus visitas, de cómo me sacaba a bailar, de cómo me escribía desde el desierto y cómo me hacía volar hasta el paraíso. Deslizándonos por el trineo, un jacinto sobre mi oreja, retozando en el lago y después tomando té en el carro amarillo. De cuando cantaba, sólo para él y siempre para él:
--Por cada beso que me des, te daré tres. Te haré feliz nene, sólo espera y verás. Haremos que nos volteen a ver a dondequiera que vayamos. Porque desde el día que te vi te estoy esperando.
El domingo mi mente se sentía bien, mi cuerpo agotado. La costumbre dicta que esto debe ser al contrario (espíritu por los suelos, físico bien dispuesto).
Estaba tan contento con todo ese ruido. Caminando por las islas después del examen, sorteando las bandas amarillas de la policía, saludando a la estatua de piedra y a ese viejo amigo que en realidad nunca conocí. Aceptando ese viaje en coche, las luces apagadas, la cerveza por la noche, tantos los ecos. Todas las veces que me "guardé" por si algún día él regresaba. Promesas de fiestas, de desfiles. Quedarse dormido con el televisor encendido.
¿Por cuánto tiempo toleraremos los asesinatos en masa?
Así es el atardecer.
Es el breve momento que todo perdona.

Tuesday, June 02, 2009

INNER CITY SPILLOVER

"Nunca pensé que me tocaría vivir este país."
Eso fue lo que me dijo la última vez que la vi. Estaba en lo ciero. El apocalipsis se acerca. Marchan los muertos bajo el cielo nublado, pidiendo paz, buscando a Dios. Las caras se ocultan entre las sombras, entre la mjultitud. Hace cinco minutos una tarde tranquila, buscando un libro para la clase demañana--"Esperando a Godot", y no hablemos de ironías--y al momento de salir el escenario era completamente distinto.
Veinte pasos más adelante, la realidad era otra. La marcha no importaba. Me desconecté de la realidad. Y es que alguien me dijo: "Cuídate mucho. Soñé que no estabas bien, que te pasaba algo feo."
No sabemos cómo termina la historia. Se oye el funk, su voz suelta, tardía, haciendo eco a través de las décadas mientras la ciudad se derrumba: "Acostada en su cama, un ladrillo cae sobre su cabeza."
¿Dónde estás?
Dime qué piensas en mí...
El soldado,
ya me olvidé del soldado
Toda esa gente que se cobija en la noche
no son buenos para mí.
Sólo tú, sólo tú
muñeco de paja
Y algo por el estilo. Servicio postal. Manda un paquete, una bomba terrorista. Somos la rEVOLUCIÓN. Escucha los tambores, legión salvaje abandona la jungla. El nuevo comando, va a venir, les digo que va a venir...
"De grande quiero ser vagabundo."
¿Por qué todos son tan endemoniadamente combativos? ¿No podemos simplemente vivir en paz? Salir a la tienda a las once de la mañana, escribir en el computador a las tres de la mañana, balazos en el barrio vecino, sirenas, patrullas. Estamos...
...aislados...
...uno del otro...
...
...
...
.