Wednesday, November 01, 2006

MIS DOS MUERTOS


Era el turno de mi abuelo. Ya antes había pasado con mi hermana un lejano dos de noviembre, en el que se me ocurrió el argumento para un largometraje (Los Fieles Difuntos). Caminábamos por los bosquecillos silenciosos, colina abajo, mientras yo pensaba en el inicio de La Noche de los Muertos Vivientes. Nos llamó la atención que en las tumbas infantiles algún corazón noble (y dolido, seguramente) había dejado chocolates y dulces, calaveras, calabazas, pequeñas ofrendas y juguetes.
La reacción inicial es de desconsuelo conmovido. La siguiente reacción, más juguetona, es un ligero toque de envidia: quería lo mismo para mi abuelo. Así que la vez que estuve en Amsterdam con mi hermana se me ocurrió, al ver que ella compraba un rehilete en forma de molino, comprar uno igual para adornar el sepulcro.
Viendo mi apretada agenda, decidí que ayer era el momento idóndeo para ir a dejar el regalo. Antes, saliendo de mi casa pasé a un Wal Mart a comprar una calabaza de plástico y unos chocolates.
Fue un largo camino: hasta el metro Politécnico y de ahí un camión que subía mil puentes y rodeaba montañas hostiles en una zona de la ciudad que no me era del todo cómoda. Al fin llegué y para cruzar hasta el panteón casi atropellan a la viejita que yo iba siguiendo: abunda la bestialidad como forma de conducir.
Tardé un poco en encontrar la lápida. Buscaba en el lado equivocado pero me guié por el año de fallecimiento.
--¿En dónde están los del 2004?--pregunté a un señor que regaba el pasto.
--Deben estar del otro lado.
Entonces me ubiqué: llegando en carro era todo al revés, por eso a pie no encontré nada.
Busqué un tal Han Petrshtren o como se escriba, y la tumba de un niño con un rehilte en forma de colibrí, y ahí estaba Juan V. Z. Me dio mucho gusto estar ahí, como cuando no se ha visto a una persona en mucho tiempo. Saludé al aire y pronuncié en voz alta que traía un regalo.
Saqué el rehilete y lo coloqué guiándome según lo disponían en otras tumbas. Me arrancó una sonrisa cuando me alejé para contemplarlo y entonces comenzó a girar. Daba la impresión de que sí le había gustado.
Conclusión: los muertos siempre saludan cuando se les visita, jeje.
Después saqué la calabaza naranja (sí, muy gringo todo el diseño pero al menos traía etiqueta de "Hecho en Mëxico"). Puse alrededor de la calabaza los chocolates, formando un círculo (una cruz de Kisses de Hershey me habría parecido casi profano) y luego eché media bolsa dentro.
Cual fue mi sorpresa cuando, al ver los adornos, el conjunto lucía tristón, vacío.
Me remordió la conciencia cuando recordé que no había querido comprar flores porque las daban my caras (a treinta la media docena, cuando el día anterior, en el otro panteón, la docena me había salido más barata).
--Espera, no tardo--le dije.--Más bien ya me voy. Regreso otro día.
El rehilete dejó de girar. Me regresé colina abajo acalorado, inconforme. Llegué a la salida y vi que la señora seguía en su puesto de flores.
--Qué más da--dije y compré la media docena de crisantemos a treinta pesos.
Otra media hora de escalar colina. Mil veredas y telarañas, árboles roncos, mangueras que escurrían, un poco de The Killing Jar de Siouxsie and the Banshees, muchos dulces y cruces naranjas. Volví a perderme y en el camino me sentí bien.
Reconocí aquella sensación de alegría romántica de cargar un ramo de flores, sabiendo que se lo vas a dar a alguien, envuelto en papel, ligero, honesto.
--Ya regresé--dije con una risita.
Desenvolví el ramo. Puse dos a un extremo, sobre las flores secas, y dos a la derecha (todo lo hago primero hacia la izquierda, porque soy zurdo). Las restantes las amarré y las dejé atravesadas sobre el pasto, esperando que nadie se las llevara y contemplando su belleza.
El rehilete volvió a girar. Le había gustado.
Sonreí satisfecho.
Me despedí con un beso al aire y recuerdos de una voz cascada, adorable, inconfundible e inolvidable. Revisé la agenda: cortarme el cabello, llamar a Rolando, revisar las próximas fiestas, llegar a tiempo con Juan, recordarle a mi mamá que tenía que recogerme, etcétera: octubre había quedado atrás.
Y ésa es la historia de mis dos muertos.
:)

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