Monday, January 10, 2011

LA LA LA LA LA LANDING [DISTANT FINGERS]

Hay fuego en el cielo. Una ola roja, ardiente, en el horizonte. Un océano flotante, un mar de sangre que se precipita sobre la plaza, sobre sus edificios antiguos que hacen parecer un pueblo antiguo enquistado en la urbe, entre pasos a desnivel y estaciones de metro, cantinas, hoteles de paso, salones de baile y clubes nudistas.
Resulta ridículo que la pequeña pandilla huyera del Juicio Final, de la confrontación que sigue a la oscuridad, porque realmente creen que son vampiros y que la luz del sol carbonizará sus células epidérmicas. Por eso me retienen en una habitación de hotel, escondidos bajo cobijas, improvisando ataúdes bajo el colchón, y me sed irresistible de volver a ver la luz del día, mientras sucede, es lo que me anima a abrir una ventana y saltar fuera del hotel, porque me han encerrado en contra de mi voluntad y parece todo demasiado real y sincero.
La herida sangrante del cielo sana rápida, imperceptible, como el pasar de un sueño a otro: el navajazo rojo y violeta se decolora a un tono rosáceo, salmón, pinceladas de tonos cristal, y me resulta sorprendente, y hasta cierto punto místico, que de un lado de la avenida es de noche con estrellas brillantes, y del lado opuesto es de mañana, con el cielo azul en tono pastel envolviendo nubes de algodón amarillo.
Con la llegada del día la gente desaparece, como fantasmas. El mundo es diferente cuando es de día. En tres ocasiones he tenido que cambiar de disfraz, de apariencia, de identidad: pasé de la realeza a no traer más que un pantalón y mi identificación. Que si el hombre tatuado es el pesado y trae "cuete" o si de pronto alguien le echa mezcal a mi cerveza y me pongo demasiado borracho. Es un desfile interminable de identidades diferentes, antagónicas, a cual más rimbombante.
La vida está bien cuando puedes sentarte tranquilo a tomar una cerveza en la calle y platicar con una indigente de abrigo rojo hablando de conspiraciones policiacas y un mariachi que--como todos los mariachis--guarda una botella de mezcal en el pantalón y está a punto de irse a casa luego de una noche de arduo trabajo.
La vida está bien cuando puedes sentarte tranquilo a tomar una cerveza en la calle y ver el amanecer.
La vida está bien cuando puedes sentarte tranquilo a tomar una cerveza en la calle, tienes veintitrés años y la impresión de tener un futuro por delante.
La vida está bien.
Punto.
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La basura, los fantasmas. ¿Dónde quedaron los padrotes, los ladrones, los pandilleros, las lesbianas golpeadoras, los travestis con bigotes, los señores en pantuflas, los turistas gringos, los sin-hogar que monean, las canciones tristes y las canciones de amor? Como palomas de paz, los vasos blancos de unicel yacen en el piso como una cama de pétalos. Ayudo a mi nueva amiga a buscar latas en el suelo, porque así se gana el dinero, reciclando.
Otros reciclan papel. Cristal. Cartón.
Cuando estos primeros restos son rescatados para reciclaje y beneficio, pasa la escolta de limpia. Los rondines policiacos. Uno o dos detenidos. Los puestos de alcohol son reemplazados por carritos de atoles y tamales. El suelo queda limpio, sin sangre, sin vómitos, sin dientes mellados. Si le contara a alguien que esto hace unas horas bullía en fiesta de aquelarre tercer mundista, no me creería. Tan limpio, tan tranquilo. Son las primeras horas del día. Es temprano por la mañana.
Hay que regresar al hotel y dormir un poco. Porque ya he visto el amanecer. Porque sobreviví otra semana. Porque estoy solo.
--Acostúmbrate--le digo a mi otro yo, invisible, que siempre me lleva de la mano.
Me hubiera gustado ver el amanecer en compañía de mis amigos, o con mi amante. Pero estoy solo. Las cosas verdaderamente importantes, las grandes decisiones, viajes y demás decisiones uno las toma siempre solo. Tiene sentido: ¿quién más habita esta cabeza, aparte de YO?
--Nadie--le digo a mi otro yo, que es el mismo.
Ignora los gritos de "Ven aquí, güerito". Ignora las patrullas que son aves de rapiña. Ignora que hace frío. Ignora que lo amas. Que lo amabas.
Entra al hotel. Y si nadie me abre la habitación, tendré que entrar por la misma ventana que escapé.
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Golpean la puerta. Escondo la cara entre la almohada. No me molesten. ¿Para qué quieren sacarme, si sólo estoy durmiendo?
Alguien tuvo el descaro de ponerse mi ropa mientras dormía y tomarse fotos. Como si fuera yo. Como si fuera posible.
No comprendo tanta degradación.
Hace una semana dejé a mi hermana en el aeropuerto. Se me ha jodido la percepción temporal. Cada semana es como un año, cada semana es un largo viaje de altos y bajos, de risas, amores y perversiones. De música disco, punk, rock, protopop. De chicas negras extrañando a sus maridos soldados en la guerra, de chicas berrinchudas que reclaman su fiesta, de gritos de chachachá y amor fugaz a primera vista.
Una semana con Leslie Gore, Siouxsie Sioux, Deborah Harry y Patti Smith. Una semana de zombies, exorcismos, casas embrujadas, enanas clarividentes, esposas contentas.
Quince decapitados en Acapulco. Veinticinco muertos en todo Guerrero. Matan a un joven enfrente de su esposa y de su hija.
--Me da una copia de La Prensa, por favor.
La chica del cumpleaños se retuerce horrorizada. Grita "¡Dios mío!". Entrecierra los ojos, se persigna, da tres vueltas sobre su eje. La hora del desayuno. Helados, baguettes, refrescos. Comida plastificada que después de la larga noche sabe a nutritivo y vitaminas. Aquella comida procesada que sólo agarra buen sabor tras una noche de juerga.
--¡Quita de aquí esa pornografía!
He olvidado el periódico en el escritorio de mi madre. Le pido que no vea esas cosas, mientras hojea la sección policiaca.
La violencia es pornografía.
A veces necesito un buen fije y por eso tengo una pila de periódicos con notas particularmente terroríficas. Veinte hombres desnudos apilados en una carretera. Un hombre sin cara. Colgados en puentes como adornos avant-garde. Un hombre al que le sacaron los órganos. Rarezas. Mutilaciones. ¿Reconoces a alguien?
Saliendo del Oxxo los recuerdos se borran. Son las tres de la tarde y aún me siento completamente borracho.
--Hueles a alcohol todavía.
Pasamos por la misma calle donde golpearon a un tipo y le echaron dos motos encima. Tanta saña, tanto odio. Patadas en la cabeza, puños como metralletas. Ira salvaje sobre una presa inmóvil. Después de una reverenda putiza hay que quedarse quieto sobre el pavimento. Cuando vemos que el tipo no está muerto le damos un beso de consolación.
--El cráneo se le sentía blando--cuenta mi amiga.
Entramos a un museo. Quiero ir al baño y cuando estoy adentro no tengo nada que expulsar. Otra vuelta en el museo. Recordamos las pantallas interactivas. Aprendemos los rangos. Los memorizamos, con todo y la tabla de sueldos que me consiguió un informante. Sargento tercero. Todos están guapos. Despedida que desgarra el corazón.
--Hasta luego, joven. Que esté bien.
¿Por qué son tan amables? Encuentro las fotos de esa arpía usurpando mi identidad. Podrán robarme un hombre, una cerveza, dinero, pulseras, anillos. Pero aprovechar que estoy dormido para disfrazarse de mí y tomarse fotos en nauseabundo juego de rol: simplemente malvado.
--Tengo pocos amigos--le digo al tipo del Dada X--. De hecho son más las personas que quieren destruirme que las que desean ayudarme.
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Quise tanto amarte. La soledad tiene es un trago agridulce. Adoro mi libertad, estar bien conmigo, pero ver tanta televisión, concluir la visita al psicólogo, o sufrir tantos abusos desde pequeño (siempre habrá qué o a quién culpar) me ha metido esa idea enfermiza en la cabeza de ser una esposa ultraconservadora y sumisa.
Debe ser una demencia prematura. A veces volteo y me parece que tengo los nudillos manchados de sangre. Otras veces pienso que hay un enano espiándome detrás de la puerta.
A veces, la mejor, siento que las paredes están llenas de serpientes. o que mi abuela le ha echado veneno a mi comida.
Lo que quiero decir es que debe haber algo zafado en ese mecanismo interior cuando al primer beso ya le estás hablando al tipo de matrimonio, casas, hijos, automóviles, pensiones alimenticias, seguros de vida, prestaciones de la secretaría, llevarle su sopa al trabajo, plancharle el uniforme, rezar los tres meses que ande en campaña, esperarlo a que regrese competo, visitarlo en el hospital cuando alguien le suelte un balazo, mandarlo a matar para conseguir la pensión, decir que me lastimé al bajar del camión cuando me pegue por celos.
--Te amo.
No se trata de estar con "alguien". Es cuestión de saber lo que quieres y no ceder ante nada que no se le parezca. Si se tratara de tener compañía ya andaría con "alguien".
--Lo quiero todo--. El premio gordo. No hay que ceder, así me quede el puño cerrado y nada más. No tengo derecho a renunciar a mis sueños. Si no fue el indicado todo está bien, porque de todas maneras no me iba a conformar con menos. Es una cuestión de principios.
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Tormentas de arena. Irritación ocular, sequedad cutánea. Un pájaro se me metió a la casa.
--Maldito pájaro.
Mi abuela me reprime.
--Siempre se meten. No tiene nada que hacer aquí. ¿Ahora cómo lo voy a sacar?
A escobazos. Soy incapaz de lastimar a otro ser vivo, y mi escoba en vez de guiarlo hacia la salida termina por arrinconarlo en el tragaluz, donde esparzo el rumor de que está haciendo su nido.
Tengo que subirme a la azotea con mi primo y destornillar el tragaluz. Apenas lo levantamos el pajarillo sale disparado como una flecha café. Al bajar al jardín no me queda más que preguntarme: ¿qué significa todo esto?
Fobia a los animales. Síndrome de Estocolmo. Araña sobre la pared. Las arañas me causan terror, pero no soy capaz de matarla. No tengo por qué matarla, si bien su figura me inspira veneno y calor traicionero. Cuando salta de la pared al piso--porque brincan, las muy cabronas; pegan saltos olímpicos--intenta escabullirse, corriendo detrás de los cables, detrás de las sombras, porque sabe dónde esconderse de manera que sea inaccesible a mi zapato.
--Maldita araña.
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--¿Qué es más zorro, amiga? ¿Coger con extraños o fajarte con varios tipos?
--Fajonearte con varios.
El sexo es impersonal. El abrazo es frontal. Las promesas que se hacen durante el sexo se olvidan después del orgasmo. Con el fajoneo hay que sentirlo, no sólo estar caliente. En el fajoneo se detecta el engaño. En el sexo, el engaño no importa, uno puede sobrellevarlo.
--Me enamoré de una piedra, de un leño.
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Pone en riesgo su carrera. Alguien de adentro podría reconocerlo y después delatarlo. Le darían baja automática, por faltas al honor. O, en el peor de los descuidos, yo podría mandarlo cinco años a la cárcel. Así están las tarifas y considera que abrazarme en público y darme un beso en la boca--besos, muchos besos suaves y delicados con sus labios entreabiertos y cálidos como el fuego lento del alcohol que me consume noche tras noche--amerita todo este riesgo.
Si al pararme al baño atraía todas las miradas, invitaciones curiosas, ardientes, desesperadas, entre gritos y chiflidos, entre promesas de una noche inolvidable, regazos que invitan a sentarse, brazos abiertos para recibirme, ya no más: existe un código tácito en el que todos asumen el silencio. Con su manoseo, con sus regalos etílicos y sus miradas directas, con sus manos grandes que ofrece para que las tome entre las mías, ha marcado su territorio y se ha adueñado de mí. Me convierto en territorio prohibido, en frontera cercada por vallas eléctricas, y aunque quiera seguir con el juego ya nadie se presta. Es peligroso.
No había necesidad de adueñarse de mí, si de todas maneras ya me había comprado.
--Te la vendo--ofrece el señor X fumándose un cigarro. Es algo especial cuando entre hombres se refieren a uno en femenino. Exhala el humo, esperando una oferta.
El tipo me ve de arriba a abajo, examina la mercancía, se convence pero decide ser cauteloso, guiado por las pautas de las tácticas de guerra.
--¿Cuánto vas a querer?
Finalmente me venden por una caguama y dos cigarros, y de alguna manera me parece justo. El muchacho está hipnotizado, anda en trance, pierde el buen juicio.
--Toda la noche--promete. Hace un gesto con las manos, como si tomara una metralleta que activa con su cadera ascendente y descendente--. Así toda la noche--explica, como si estuviera sentado en una silla eléctrica.
Lo abrazo, por sus buenos deseos.
--Vas a lastimarme. Vas a romperme.
Soy delgado. Muy delgado. Sin músculos. Y él es todo músculo y carne dura.
--No te rompes--me promete--. Aguantas de todo.
Lo abrazo. Me imagino llorando si estuviera a solas con él. A veces se quiere con tanta intensidad que no queda más que abrazarse y llorar. Lamento haberlo lastimado, ofendido, negado, renegado. A la larga me perdona, porque su mirada insistente busca mis ojos, mis labios.
"Ellos" besan de otra manera. No es sólo la unión de los labios. Es un acto de conquista. Primero me rodea con un brazo, luego me cubre con su torso como si fuera una cobija o, mejor, un chaleco antibalas. Entonces el beso sucede en ese lugar íntimo custodiado por él, donde nadie más entra, donde me siento a salvo, protegido, querido, entregado.
--Nada de novios. Sólo sexo. Sólo te quiero para cogerte--más besos, más tomar mis manos delicadamente entre las suyas de piedra.
--Te quiero.
Él no lo dice. No está permitido. Es la clase de hombres que dan órdenes, que tiene poca paciencia, que no entiende no por respuesta. Es el tipo de hombres que quiere sólo sexo.
--Siempre confundo sexo con amor--confieso. Y no es verdad. Es sólo que el sexo mecánico me hace sentir vacío. Debe haber algo de pasión, algo de trágico, de único y especial para realmente disfrutarlo. Como si sintiera que no existe el mañana. Hoy aquí, mañana en La Prensa. Extraviado en esos laberintos oscuros donde el suelo está lleno de arañas.
--No quiere--se queja. Lo han timado en su compra--. Quiere algo de más categoría... Pensé que eras más hombrecito.
Un día me ama, otro me odia. Un trago me quiere, otro trago me detesta. Un trago me besa, otro trago sólo quiere sexo:
--Te estoy diciendo la verdad. ¿Para qué te voy a decir otra cosa? Traigo dinero. Yo pago todo--y de hecho pagó la cerveza con un billete de mil, lo cual supongo que es gracioso, pero también es cierto, trae dinero.
--Pero yo te quiero. No sólo sexo.
De todas las veces que se enoja siempre regresa a mis brazos. Destino desdichado: hace dos semanas iba a casarme, iba a esperarlo a que regresara en febrero y platicar las cosas con seriedad, compromiso, lealtad, honor y valor.
--Lamento ser un cobarde. Lamento hacerte sentir mal. No te enojes. Quiéreme.
El cordero lame los labios del león, y el león, antes del cambio de ánimo, pone su garra protectora alrededor del corderito. Como una bola de cristal oscura, froto su cabeza de cabello corto. Necesito saber mi futuro. Necesito encontrar un descanso, llegar a algún lugar tangible y específico.
Al no haber respuesta hago como si tuviera una metralleta y empiezo a disparar al azar contra la gente. El hombre celebra esto con un brindis, el choque de copas y palmas. Siempre hay algo de violencia en el amor. Siempre hay algo de daño en poseer a alguien, en usar su cuerpo para conseguir un placer, un cariño. Es matarse un poquito. Por eso me perdona y me da otro beso.
--Son más las personas que quieren destruirme que las que quieren ayudarme.