Monday, November 02, 2009

ME GUSTARÍA...

Me gustaría que fuera Halloween todos los días. Que la gente anduviera de disfraz cada semana, y que en todas las casas dieran dulces cuando uno toca la puerta. Me gustaría que todo el día pasaran películas de terror en la tele. Que de las casas vecinas se escucharan los gritos, los violines, los órganos de iglesia. Que a cada vuelta de la esquina uno sintiera el suspenso de toparse con un monstruo.
Pero esta temporada ha de concluir. Estos son los últimos pedazos (doce minutos, en realidad) de la temporada de Muertos. No hice mis visitas al cementerio. No saludé a los viejos amigos. No llevé flores a mis empolvados amantes. No me paseé al atardecer, entre el pasto verde y calabazas naranjas, entre dulces y cartas de amor y cruces descoloridas, y moscas y escaleras que ascienden y descienden en un bello paisaje que me invita a evocar:
--¡Vienen por ti, Barbara!
Porque todo eso ya lo hice. Al ritmo de Diana Ross & The Supremes. Al ritmo del Juju de Siouxsie and the Banshees. Tambíén bailé Scary Monsters And Super Creeps, de David Bowie, y recité todo el Flowers Of Romance para mis adentros. La noche concluye con una revisión de Night Of The Demons: Linnea Quigley jugando con un lapiz labial, la chica del vestido negro retorciéndose con Stigmata Martyr de Bauhaus.
Pero para mí terminó mucho antes. Antes de comprar el especial de noche de Brujas de Charlie Brown.
Recuerdo... los cables caían sobre la calle mientras huíamos de una jauría de perros. Los caídos quedaron atrás y en un último intento por salvarme decidí subirme encima de una camioneta, sobre la cabina. Las fauces me alcanzaban. Brincaban hacia mí, aunque yo les aventaba latas vacías de cerveza y gritaba por ayuda. Un tipo se asomó por la ventana, aunque supongo que nadie te prepara para recibir la mañana con un esqueleto neosatánico combatiendo una jaur´¿ia de perros rabiosos.
Un último salto. La colina era demasiado escarpada. De hecho, primero aventé una botella de plástico, para ver qué tanta era la inclinación. El objeto se hizo trizas contra las piedras, y ahora era mi turno, pues tenía la impresión de que tarde o temprano la camioneta también resbalaría. Así que brinqué hacia el vacío, justo en el mom ento en que la calle rugía y se caía en pedazos.
Tuve que rodar, poner las manos frente a mi rostro para protegerlo. Cuando abrí los ojos era una mañana gris y neblinosa. Los camiones se abalanzaban sobre mí con toda su furia y había que sortearlos a lo largo de la avenida.
Apenas podía creer que hubiera sobrevivido, pero necesitaba saber si no estaba solo, así que me puse a gritar nombres, en aras de reunir al resto del grupo. Ahí estaban, a lo lejos, y hubo que correr hacia ellos porque la muerte venía detrás nuestro.
Los abrazos, el reconocimiento. Una estación de autobuses...
¡Una estación de autobuses! ¿Cómo demonios había llegado a una estación de autobuses? Los dos muchachos estaban sentados en la sala de espera. Un camión se iba a impactar contra ellos, atravesando la pared y derribando el techo. Lo veía frente a mis ojos, estaba a punto de suceder, dimplemente lo sabía. Intenté prevenirlos. Estaban dormidos, y tanto como deseaba quitarlos de todo peligro, me era imposible acercarme sin perecer.
Gritaba sus nombres, gritaba todos los nombres:
--¡Tenemos que salir de aquí! ¡Un camión se va a estrellar en la sala de espera!
Alargué mi brazo hacia ellos:
--¡Quítense de ahí! ¡Tienen que moverse de ahí!
Era demasiado tarde. El otro chico me jaló y me dijo que no había remedio. Tuvimos que ir al baño, a desahogar los gritos. Y vomitar. Supe que tenía que vomitar al ver sobre mi cuerpo sangre que no era mía. Simplemente... se me resbalaron de los brazos.
En el camino hacia la salida tuve que entrar a otro water a vomitar un poco más, pues la primera descarga de papas y vodka no había sido suficiente.
Cruzando los andenes me obligaron a subir al metro.
--Va a chocar. El tren va a chocar, lo presiento, acabo de verlo...
Y me jalaban hacia adentro.
--Estás histérico. Debes ir a tu casa. ¿Tienes a dónde llegar?
--El tren... tienen que creerme... va a chocar con nosotros adentro... Hay una paloma muerta en los rieles. Es un mal presagio... Tienen que creerme...
¿Y qué sería de una fiesta de Halloween (o cualquier fiesta: seamos honestos) sin un muerto o dos?