Tuesday, December 19, 2006

EL VAGABUNDO Y EL EMBAJADOR

Monday, December 04, 2006

MÉXICO

Es martes. Me quedé de ver con unas amigas antes de irme de Jalapa. Dan casi las tres de la tarde, el camión sale en quince minutos y acabamos de tomar un helado. A mi amiga Patty se le ocurre que debo llevar algo de comer para el camino y como es muy cara la comida en la terminal, se le ocurre que vayamos a Burger King por hamburguesas.
--Nos da tiempo--asegura.
¡Y vaya que da tiempo! Me precipito sobre el mostrador del Burger King intentando llamar la atención del gerente.
--Por favor, ¡necesito mi hamburguesa!--grito. Mi boleto dice 3:15, el ticket dice 3:18 y el recibo de la tarjeta indica 2:48.
Mi amiga revisa su reloj:
--Apenas van a dar las tres. Sí llegamos--su sonrisa no nos convence.
Salimos corriendo, nos trepamos al auto, Paola nos mete en la fila equivocada, tenemos que huir en reversa. El radio toca mil canciones, no las cuento porque me pone de nervios. Recorremos la avenida Ávila Camacho hasta el parque Juárez, donde nos paraliza el tráfico, pues son las tres y todos salen a comer de sus oficinas.
Paola avienta el carro, se cierra, rebasa, le manda un beso a un taxista en señal de paz, aparece ante nosotros la terminal de autobuses y nos bajamos corriendo, cargando maletas. Casi olvido mi planta, olvido algo, algo se queda y no lo recuperaré.
Las maletas y bolsas están a reventar; para ahorrar espacio me enredo la bufanda al cuello, me pongo e sueter, la sudadera y cargo al hombro la chamarra. La planta la llevo en la mano, porque la quiero viva y no aplastada.
Muchos besos abrazos y adioses. Me revisan el boleto, registro mi equipaje, me acomodo en mi asiento, empezamos a avanzar y saco el celular prar enviar mensajes de agradecimientos y despedidas. No me ha dado tiempo para procesar la realidad.
Envío un último mensaje y calma. Jadeo por el esfuerzo, me río al recordar el retiro precipitado. Salimos de la ciudad y todo se quedó atrás. Cierro los ojos. No voy a dormir. Nunca duermo en los trayectos.
* * *
Mi tío ha accedido a pasar por mí. Me tomó media hora poder entrar a la ciudad. Maldigo el tráfico, bienvenido al D.F.
Pasan los minutos en la sala de espera. Estoy sentado, cierro los ojos, se desvanece la escena en mi película imaginaria. Cuando abro los ojos sigo ahí, la escena no cambia, sigue silente, pretensiosa.
Llega un hombre rudo con un ramo de flores. Le sonrío. Por el corte de cabello, debe ser un militar.
--Supongo que las flores no son para mí--le digo en voz baja.
Gracias a Dios no escucha y se sienta atrás. Lo volteó a ver. Espectáculo gracioso. Procuro ser discreto, no quiero que se me venga encima como un mar de puños.
Junto a mí esta sentada una señora bastante molesta, desconfiada, intentando controlar a gritos su jauría de hijos. La escena se funde en negro.
* * *
Seguimos ahí, en la sala de espera. Nosotros, yo y mi tanda de espectadores imaginarios, legión. Llega Juan con su pipa y me alegro mucho al verlo. Increíblemente, pues nunca se ha destacado por su amabilidad, me ayuda y termina cargando todo mi equipaje mientras charlamos y salimos en busca del auto de su novia.
* * *
Habíamos quedado de vernos el miércoles pero me cancelan mis amigos. Lo recorren para el miércoles. Me parece buena idea: el miércoles voy a pagar el gas y desempaco algunas de mis cosas (básicamente las más sucias y apestosas).
El jueves por supuesto terminamos ebrios en Coyoacán: Ricardo, Luis, óscar, yo. Corremos en la noche y creo que alguien se pone a tocar timbres, o finge que lo hace.
Me voy con Ricardo a la Zona Rosa. Entramos al Taller y a todos los Cabaretitos (nos vetan del V.I.P. porque es noche lésbica) porque no cobran cover. Hay poca gente en el primero, y en los Titos lo único que se me despierta es asco y decepción.
En el Taller conozco a un tipo cuya sonrisa me encanta.
--Tienes sonrisa de galán--murmuro, la boca desencajada y ese parado tambaleante que pretende seducir. Lo abrazo, es muy delgado. No como yo, pero más delgado que otros hombres. --Dame un beso.
--No.
--¿Por qué no?--mi boca está seca. No he besado a nadie en meses desde... bueno, y aquella otra vez, pero el tipo era un pesado y después de que me estampara el hocico yo sólo pensaba en arrancarme los labios con una navaja. Y cortarle la cabeza, por atrevido: supongo que me dio una lección, que eso me pasa por agarrar la pose de inalcanzable. En fin, que el tipo no me quiere besar.
--Me gustas mucho. Yo trabajo. Quiero invitarte a salir y darte el beso en otra ocasión.
--Pero yo quiero un beso ya--digo con una sonrisa inocente.-- ¿Por qué no?
--Si te beso me enamoro. Me gustas mucho, es en serio--advierte angustiado. Hace sus mejores intentos por resistirse, y yo sólo me río. Su boca recorre mi rostro y se retracta, yo espero con los brazos abiertos, sonriendo, abrazándolo, soltándolo, buscando a Ricardo con la mirada. --¿Qué quieres? ¿Me quieres para un beso y ya, o te llevo a otro lugar en otra ocasión?
Lo medito. ¿Cuál es la respuesta correcta? ¿Qué quiero realmente? Es una bonita sonrisa. Su rostro me agrada. Podría mirarlo a la cara si hiciéramos el amor, y me sentiría muy bien de verlo ahí.
--Dame el beso ahorita--su rostro se contrae, adolorido. Niega con la cabeza.--Bueno, salimos en otra ocasión. Es que todos dicen lo mismo... Ya sé que no vas a llamar...
--Dame de tres a ocho días. Yo te lamo.
--Ok.-- voy con Ricardo, que está charlando con otro muchacho. Me meto a la plática y el tipo es de lo más pesado: resulta que su ex novio es Daniel, un chico que estaba enamorado de mí en la preparatoria. Me río un poco.
--¿Le sacaste dinero?--me pregunta Ricardo, refiriéndose al tipo de la barra que prometió buscarme.
--No. Ni siquiera le saqué el nombre.
En el otro antro caminamos entre la gente. Evito sus miradas. La poca luz que cae sobre sus rostros me ahuyenta. Patéticos. Odio los Cabaretitos. Media vuelta, vamos de salida, algún viejo cochino me hace un guiño y declino.
El de pelo medio largo me miró cuando entré. No me gusta, no sé por qué lo reconozco. Me llama, quiere decirme algo:
--Quiero decirte algo--me grita al oído, por encima de la música horrenda.
--¿Qué me quieres decir?--pregunto con una sonrisa, pues a pesar de los gritos se refiera a mí en tono confidente.
--Eres el más guapo de todo el lugar.
Miro hacia el baño, donde tiempo atrás conocí a Chihuahua. ¿En dónde estás, mi amado Chihuahua? Nunca pregunto nombres, ni pido sus números. Si quieren llamar que llamen.
--Eres e más guapo de TODO el lugar.
Miro alrededor. Sonrío.
--Ya lo sé--le digo, en mi tono más vil.
Otra contracción lastimada, boca abierta de incredulidad. Me juzga, cree que soy vil. Tal vez lo soy.
--Qué malo eres--condena.
--Es broma--le digo, ya hablando en serio--. La verdad es que no te creo.
--Claro que sí. Yo soy de Sonora. Sé que no soy tu tipo. Quería decírtelo porque es la verdad. Pero que no se te suba a la cabeza, eh.
--No se me sube porque no me la creo. Pero gracias--sonrío, honesto--. Muchas gracias.
En algún momento llego a mi casa, la verdad es que ya no me acuerdo. Me pongo a cantar, me da dolor de cabeza y amanezco en mi cama, a salvo, murmurando un nombre del pasado que me llena de calor y alegría.
* * *
--El sábado tengo una cena familiar--comunico por teléfono--, no creo salir.
Me disfrazo de niño bueno y llego con mi mamá a la cena familiar.
Al final de la noche soy blanco de centenares de halagos. Qué raro que nunca me haya sentido como me describen:
--Qué hermoso joven, alto, guapo, cariñoso, qué bellos ojos, pareces un niño apenas.
--Gracias--miro hacia el suelo. La verdad es que me siento un fenómeno.
¡Basta! Ordena la voz, una de tantas. Ya no te hagas daño y créelo, aunque sea un poco. Ya te has denigrado bastante.
Me encierro en el baño, me miro al espejo y admito que tal vez no poseo un rostro tan desafortunado, después de todo. Por algo les gusto...
Me emborracho y me quedo dormido viendo caricaturas en el cuarto de mi tía.
* * *
Mi mamá quería llevarme al cine pero en dónde vivimos pasan películas malísimas.
--Ya es navidad en todos lados--comenta respecto al centro comercial y anteriores avenidas y fachadas de casas.
--Sí, ¿verdad?--respondo. Una navidad fea. Suele ser mi época preferida del año pero esta vez parece fea, vacía, demasiado adornada. En Mix Up aún no recibían el disco que encargué hace un mes (si no llega este martes te devolvemos tu dinero, me dijo el tipo repugnante de lentes. Pero yo no quiero mi dinero, quiero mi disco de navidad... Maldita tienda), les echo la culpa de mi desprecio decembrino.
Sopla un viento helado y se me retuerce la espalda.
Vamos por la despensa.
Con el pretexto de un recuerdo de último momento, huyo al pasillo de cereales y me pongo a llorar, el rostro oculto en la bufanda negra de dos metros y medio que una amiga tejió para mí.
--Edder, ¿qué tienes?--pregunta mi mamá después.
--Me arden los ojos--me resguardo: no pude quitarme los ojos llorosos.
--¿Vamos a poner árbol este año?--pregunta Ruth viendo tantas ofertas de supermercado.
--No. No hay que ponerlo.
En casa intento buscar el teléfono, hacer una llamada.
--Me siento solo. Todos son unos patanes, unos idiotas, unos cobardes. Son las tres únicas categorías de seres humanos.-- Le digo a mi diario, que escasea de hojas porque ya se acaba el año.
--¿Tú qué eres?--me interroga su hoja en blanco.
--Un idiota. Porque me esfuerzo por no ser patán, y ya me cansé de ser yo el cobarde. No me queda más que ser idiota.
--Yo creo que eres cobarde.
--Lo más seguro es que sí.
* * *
Así funciona: hago preguntas, escribe mensajes crípticos y yo respondo al instante. Él siempre tarda dos semanas en responder, a veces más, lo que me da cierto alivio para dejar de fantasear.
Le escribí en Jalapa y esta vez no tardó mucho en contestar. Menos de una semana.
Siempre me tiemblan las manos cuando veo su nombre en la bandeja de entrada de mi cuenta de Hotmail. Lo pospongo, lo reviso hasta el final. Sé que será algo inesperado, que me tomará por sorpresa y me enloquecerá por las próximas diez semanas.
Una rica sobredosis de adrenalina. Lo leo, riendo de contento. Lo acabo y lo vuelvo a leer y me quedo pensando, disfrutando.
--Oquey--le diré a mi diario. --He descubierto que son cuatro las categorías, y ninguno se salva de ellas.
--A ver, dímelas--responderá la hoja en blanco del diario.
--Los hombres son idiotas, son cobardes, y patanes. Él es la cuarta categoría.
--Pero él está lejos, muy lejos--apunta el diario.
--Eso es justamente lo que estaba pensando--diré yo.