Sunday, December 07, 2008

UN SACO DE HUESOS


Por fin se cumplió mi sueño
de tener un saco de huesos.

Mi amiga Elena estará muy agradecida. Fue la casualidad, un encuentro súbito e insesperado. Por mil lugares pregunté, hasta me recomendaron ir a un matadero, y, al fin, frente a la estación del metro, todas esas cuencas vacías me miraban, con sus dientes amarillentos y cabellos crespos aún adheridos al cartílago.
--¿Cuánto cuestan esos huesos?
--No los vendo. Los voy a tirar. Si los quieres, te los doy.
--Por favor--supliqué agradecido a la señora del puesto, quien sacó una bolsa de plástico y puso todo el embutido adentro.
Sé que me van a servir de mucho esos adornos. También tengo huesos de pollo, de cerdo, de león y de muchas otras especies.



-------------°.---------------------°.-----------


LOS EJECUTADOS DEL NARCO

El otro día tuve pesadillas. Me era imposible dormir más de dos segundos seguidos. Porque apenas cerraba los ojos veía cabezas estallando. Sonidos de balas. Alguien que entraba a mi cuarto para encapucharme. El brillo de las cachas de oro, asomándose por entre el umbral de la puerta. Es tan fácil desaparecer...
De pronto me salió esa fijación por los narcocorridos. Los videos hechos a partir de fotomontajes. Nombres célebres, rostros canonizados, los nuevos santos y mártires. ¿Quién los ve día a día? ¿Quién los conoce? ¿A poco es tan difícil dar con ellos?
Fue uno de los peores episodios de bestialidad humana. Sin querer me topé con un video fragmentado, ese otro fragmento que omitían las demás remembranzas: la mano apunta el cañón y fade a negro. Aquí la escena empieza con la mano acercando el cañón. La detonación, al jalar el gatillo, es un ruido sordo, seco, que se porpaga a la velocidad de la luz, libre del tiempo.
Es una nueva mutación. El nuevo engendro, la nueva adicción: ese no poder quitar los ojos de la pantalla, el querer gritar, aferrándose al borde del asiento,s in poder detener el pasado, porque el desenlace es ya ineludible. Era como una imagen sacrílega que se salía de su contexto: no estábamos en un cuarto forrado de plástico negro, no presenciábamos una plática de cuatro individuos frente a la cámara.
Era el mar de sangre sobre el hombro. El ojo desorbitado, que ya no miraba al vacío, sino que permanecía gélido como una piedra redonda. Como un muñeco de resortes, el cuerpo se inclinaba delicadamente hacia atrás. El pecado, el crimen: asesinato, estaba ahí no como un ente tangible, no como algo sólido, que se puede medir y tocar. Pero había una especie de bruma, que se arrastraba como una bestia informe. Esa sí se podía ver y tocar: era la falta de miedo, la falta de cariño hacia la vida: el vacío, la ignorancia, la pobreza, los callejones sin salida.
También era un secreto. Asistir al submundo de lo prohibido. Lo prohibido legalmente, el universo del crimen. Pero había algo más, debajo, o detrás de la pantalla, como quiera verse.
Ese algo mágico, inescrutable de otra manera: la pérdida de la vida, con todos sus colores y silencios, en un acto solemne y a la vez profano, denigrante. Se puede ver ese brillo instantáneo, en el que ni siquiera un parpadeo lo distingue, pero está ahí: la diferencia entre lo vivo y lo muerto, entre un hombre y un muñeco de trapo.
La sangre mana de la cabeza, escurre por el cuello, lo empapa con el color rojo como el vino. Se sale hasta por las orejas. ¿Por qué un humano tiene tanta sangre? La cabeza se arquea, el ojo derecho, engañado, cree que sigue viendo, pero ya no ve nada. En menos de un segudno se ha marchitado. Esa magia que nos anima, ese misterio que nos hace caminar y sonreír, platicar y hacer planes, es arrebatado por una mano ajena. Es injusto, es cruel, es degradante.
Todos somos indefensos ante una pistola. Nadie quiere morir sobre una bolsa de plástico. Nadie quiere ser golpeado, mutilado, videograbado y exhibido. Leer los comentarios sobre el video es igual de cruel.
Siento tristeza. Por ese hombre. Por esa persona. Por su familia, por quienes lo hayan conocido y convivido con él. Es tan triste que la vida sea tan frágil e irrecuperable. Es tan triste que un rostro se deforme hasta quedar irreconocible, por el mero hecho de carecer de esa esencia animadora. Es el final del camino. Es haber pisado fondo en el nivel de barbarie y violencia.
Y queremos más. Cada noche me acuesto pensando: ¿cuántos habrán de morir hoy?
Se les ve en las primeras planas de los periódicos amarillistas. Uno los ve con medio cuerpo asomando fuera de la ventanilla de una camioneta--fragmentos de cerebro y vidrios rotos sobre el regazo--o en cajuelas envueltos en bolsas, sobre el césped en una carretera remota, besando el asfalto, rodando sus cabezas sobre una pista de baile. Pero el hecho, la verdad de lo que les ocurre es inescrutable, su cadáver descompuesto el único mapa que permite trazar los últimos segundos de vida.

Hasta ahora.

El video tiene algunos años rondando. Se ventiló como escándalo nacional a finales de 2005--la verdad yo no lo recuerdo, mi mente indagaba otros asuntos y era mucho más ignorante de lo que ahora soy--y existen diversas teorías y conspiraciones políticas, etc, etc. ¿Que si es un montaje? ¿Por qué habría de serlo, si da lo mismo que se maten 10 o maten 100?
Esos breves atisbos al mundo de la corrupción, legal y moral, usando una frase trillada, es sólo la punta del iceberg. Los breves diálogos, con todo y sus censuras y ediciones, apuntan a un secreto a voces, lo que ya todos sabemos y nadie dice en voz alta: la corrupción de las instituciones.
La persona ejecutada, Juan Miguel Vizcarra Cruz, es un presunto integrante de los Zetas. Uno asume, pues, que es un asesino, un individuo sin escrúpulos que mata, roba y vive sin remordimiento. Y, sin embargo, siento que todas las personas merecen compasión, y sobre todo una muerte digna. Es algo triste. No me nace pensar: "Él se lo buscó". Instantánea, indolora su muerte, se vuelve parte de esa eternidad llamada medios de comunicación, ese hecho-Historia que pasa tanto a la memoria colectiva como al olvido general (¿el Videodromo?), no obstante la marcada deshumanización del sujeto, la degradación más absoluta y la tortura más cruel, la de saber el desenlace ineludible.
Podría pasar horas disertando sobre el derecho a la vida, sobre ese don tan especial que distingue a un organismo de un mueble--me fascina la biología--pero no es el caso. Tal vez lo que me impacta es ese regocijo mórbido de seguir mirando, de absorber esa violencia y digerirla, hacerla parte de mis esquemas mentales. Esa es, supongo, la esencia misma del narcoterrorismo.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home