Wednesday, October 08, 2008

ZARAGOZA



Por muchos lugares busqué ciertos lugares de la zona. la verdad es que ya todos nos habíamos hartado de lo mismo: la fingida fresés, las poses, las bufadas, la crítica, juzgar, juzgar, juzgar... De pronto se volvió aburrido ser la especie en extinción. La broma dejó de dar risa y salimos en busca de algo más.

La noche, siempre la dulce noche, empezó con algo de taquicardia, mientras me encaminaba hacia el metro Zaragoza con las piernas temblando, el corazón desbocado, los ojos ahogados en ansia. Al ver a mi amigo tan calmado pénsé que yo exageraba.

Juntos nos armamos de valor y nos encaminamos a esa lista de lugares no tan recomendada ni tan explorada de las guías turísticas gay, esos lugares donde las pocas vestidas que han ido te dicen: "si vas te matan".

Ya por propia experiencia había entrado a uno de esos lugares y el asunto no había estado tan mal (mucha gatiza, hasta nos bajaron de la tarima y en los baños amenazaron con golpear, pero todo muy a la ligera, nada en serio, o sea que no entras y te agarran a navajazos).

El primer lugar del recorrido fue Las Tortugas. En una jotiguía online decía: "Para los amantes de la chacalada y el arrabal". El lugar estaba casi vacío, sólo había como tres mesas, pero decían que en la madrugada se convierte el antro (en la parte de atrás había una división, y el cuarto a oscuras parecía pista del baile).

La cerveza, riquísima, a buen precio: 20 pesos la bola, pero sospechosamente cuando quisimos más bolas nos dijeron que se habían terminada. ¡Qué mierda! La chela estaba a 18 pesos. No había tanta chacalada como imaginé, y hay que tomar en cuenta que todos esos tugurios se concentran casi en la misma calle.
Cruzamos hacia el Bar Lilí. A manera de cortina de entrada, una lona con el dibujo de una mariposa. Afuera, en la calle, un montón de vagos esperando daban al lugar cierta aura fiestes y huapachosa. Ahí conocimos a un tipo que le apodan "El Callejas", todo noble, él, aunque destrozado por su novia. Algo melancólico, nos acompañó a tomar e invitó cigarros.

Ahí la clientela era algo más variada. Grupos de amigos, gente joven (en Las Tortugas serían arriba de treinta), de ambiente gay, algunas vestidas--que empezaron a llegar como a las diez de la noche--y la mayoría en plan de baile y pose.

Eso sí, mal servicio, pues a la mesera "se le olvidaba" traer el cambio. ¡Encajosa! Suerte que venía con mi queridísimo Callejas.

Fuimos en busca de otro recomendado. La Chabela. A rpimera vista el lugar era lo más decadente del montón. Vestidas en sus mesas invitando puro chacal. Música grupera. Lo mejor es que estaba casi lleno. Dimos un vistazo general y partimos hacia el centro.

Llegamos al Viena. Una cantina con fama de que ahí iban puros soldados y gente de los peor (que viene a ser casi lo mismo, según la fresada). La verdad es que ya antes había escuchado que habían remodelado, y se nota. Por ahí alguien me dijo que el Viena ya no es lo mismo, y cuando uno entra por las puertas estilo vaquero se encuentra con gente cono del Talller, pero sin tanto joteo.

Gente madura con mediano poder adquisitivo. No parecía mataderro de Tijuana ni nada de eso. Es más, el local en sí se veía casi fresa. Decepción en cuanto a arrabal, aunque la cerveza muy buena. La bola a 30 pesos, qué buen contraste entre el turistero centro histórico y la olvidada-por-la-misericordia Zaragoza.

Buen chupe, buena música, nada de ligue: todos venían con amigos y nadie me sacó a bailar.

Apenas uno sale hay que caminar tres pasos y se llega al Oasis. Ahí sí había más chacal, claro que sí, y apenas entrar se estaba armando pleito. Un tipo soltó su cerveza, rompiéndose en el suelo, y le echó la culpa a un mesero que iba adelante de nosotros. El empujón nos hizo derramar nuestras bola. No recuerdo preicios, a esta altura del partido. Debía estar en treinta o cuarenta. Sabía bien.

De ahí, armados de valor, decidimos ir a las cantinas de Garibaldi, que también tienen buena mala fama. Ya nada parecía tan temible después de todo. La boca del lobo es una apariencia, y ¿ya aprenderán su lección aquellos envalentonados?

Pues en esa misma calle, República de Cuba esquina Eje Central, estaba ese antrucho del que nos habían bajado de la tarima. Cuando pasé a la semana siguiente ya estaba clausurado, y apenas este sábado ya habían abierto otra vez. Conocí a un tipo de veracruz que decía trabajar en la Mercedes Benz, y nos invitó a tomar.

Por supuesto que fuimos. Una cerveza gratis no se le desprecia a nadie, y la mala fortuna nos jugó un vuelco cuando íbamos en un carro ya por rumbos exorbitantes, sin podernos bajar: estábamos en plena autopista, de vuelta al punto cero.

En el colmo de la frustración y el enojo resolvimos bajarnos, mi amigo y yo, abandonados a la gracia de Dios. Bien me han dicho: "No te subas a los coches ni te vayas con nadie". Y ahí estaban las consecuencias de una decisión tomada a la ligera, basada en engaños y promesas.

Pues orinamos a un costado de la plaza abandonada y nos apresuramos a la más cercana base de taxis. Por suerte mi amigo conocía bien el rumbo, pues estábamos a ¡dos cuadras de su casa! Y no quedó más opción que volver al punto cero, Zaragoza.

Ahí dimos tumbos entre las Tortugas, que estaba vacío (¿a dónde se habían llevado el mentado antro?) y el Lilí (donde ya sentíamos miradas poco amigables, y ni rastro del Callejas, pobre hombre), hasta que llegamos al Chabelo y tuvimos la gracia de conocer a la Chantel, una vestida con verdadera actitud roquera.

Fresca del reclu, platicona y dispuesta a invitar chelas, se convirtió en un personaje fascinante, especia de Divine adelgazada, llena de historias y dichos, entrañable. Esperamos a su amiga, que llegó a eso de las siete de la mañana.

Y en realidad ya no recuerdo mucho, sólo que cuando miré hacia afuera ya había amanecido, había más cervezas, estábamos sentados con la flora y fauna local y su amiga se estaba sacando las tetas operadas. Hilarante. Una noche espectacular y memorable.

Habrá que ver cómo se ponen esos lugares que faltan, que Zona Rosa ya fue, está muerta, me aburre hasta el vómito.

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