Monday, March 06, 2006

Zombi



Salí por primera vez de mi casa el miércoles. El refrigerador estaba a punto de quedarse vacío y mi madre me había dado unos vales de despensa. Me arme de valor, abandoné la casa y tomé un taxi hacia el supermercado, que queda como a dos minutos.

Sentí mareos, vértigo y paranoia. Me sentía como un zombi, impactante a primera vista: la oreja morada, el cuello verde, los lados de la mandíbula café amarillento, un párpado rojo, andar lento y cauteloso, respiración grave, despeinado. Sin embrago, imperaba un sentimiento de triunfo a medida que avanzaba entre los pasillos y veía a las otras personas, en su mayoría señoras de pelo oxigenado y expresión cansada. No puedo negar que sentí cierta identificación irónica: me he convertido en un ama de casa realizada.

En serio, no hay nada de malo en mi vida. Lo digo por lo de realizada: se puede ver que la mayoría de esas señoras se debaten entre la frustración y la monotonía. Lo que para mí era una aventura salvaje de supervivencia, para ellas era una obligación de rutina. El único disgusto que me llevé fue en el pasillo de las barras de cereal. Una estúpida niña (tal vez de secundaria, cuando están en la edad más odiosa) y su hermano idiota jugaban violentamente con una pelota. Yo, por supuesto, temía por la estabilidad de mi nariz recién operada.

Digo, no tiene nada de malo emocionarse con los juguetes del supermercado. La última vez que fui con mi mamá y mi hermana, nos pusimos a jugar con las cajas registradoras, las pelotas gigantes, las Barbies, los monos de Plaza Sésamo... Pero sin salir del pasillo de los juguetes. Tuve el loco impulso de agarrar a la niña por los pelos y levantarla tan alto que sus pies no tocaran el suelo. Bastaba un puñetazo en la nariz para derribarme. Así que lo único que hice fue lanzar una prolongada mirada asesina. La pelota roja salió disparada y aterrizó en el pasillo de al lado. Mi imaginación fatalista se preguntó: ¿Y si yo hubiera estado en el otro pasillo? ¿Y si la maldita pelota me hubiera dado de lleno en la cara? Habría sido trágico. Empecé a hervir de rabia. ¿Qué eran esas criaturas repugnantes? ¿Conocían la palabra educación, buen comportamiento, modales? ¡Alto ahí! En verdad me había convertido en una señora. Jajaja.

La madre notó mis pensamientos asesinos. Lo deduje porque, cuando pasó junto a mí empujando su cara, su semblante alzado era el perfecto ejemplo de la indignación. ¿Te molesta que quiera matar a tus hijos? ¡Pues educa a esas sabandijas! De pronto la niña empezó a chillar. Quería que le compraran una caja de barras de Special K. La madre se hizo de rogar, así que puse en práctica mi venganza soberbia. Como quien no quiere la cosa, agarré dos cajas de barras mientras la niña suplicara que le compraran una. Habría sido genial agarrarlas todas, ¿no? Dejar el estante vacío y llevármelas todas (claro, para después botarlas en otro pasillo). Habría tenido que irme muy lejos para que no me escucharan reír a carcajadas.

Más adelante vi a un tipo bastante guapo. Traía pants y gorra y su andar delicado me hacía pensar en alguien amable. Estábamos en la sección de carne. Más adelante me encontró, y digo me encontró porque yo estaba emocionado agarrando donas y muffins cuando él llegó a formarse detrás de mí. Bastante amable, aquel hombre.

De regreso el taxista empezó a hacerme la plática.

--¿Te operaste la nariz?

--Eh... sí. Es la primera vez que salgo.

--Ah... Yo también me la operé, cuando estaba chavo--me enseñó sus cicatrices, pequeñas, y pensé: Dios, yo también tendré cicatrices...

Me contó su desastrosa experiencia ("el doctor me drogó pero todavía estaba despierto"). Estaba arrepentido y yo empecé a preguntarme si alguna vez me vería en la misma postura (ahora puedo decir que no, pero eso lo contaré más adelante). Yo le conté mi experiencia, de la que aún quedaban rastros bastante visibles (aunque ya me habían quitado la férula, el martes) y al final, al llegar a casa y ayudarme a meter todas las bolsas de la compra, sólo pudo decir:

--No, pues sí te manchaste. Te hicieron más cosas que a mí. Te manchaste.

Así que soy un manchado.

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